FF.Bruce
Profesor de Crítica y Exegesis Bíblicas en la Universidad de Manchester, F.F. Bruce (1910-1990) fue, y sigue siendo, reconocido por su erudición y la calidad de las obras que escribió. Se inició como profesor a los 25 años de edad, y desde 1959 hasta su jubilación en 1978, ocupó la famosa cátedra John Rylands de Crítica y Exegesis Bíblicas en la citada Universidad inglesa. A lo largo de su brillante carrera -que le llevó también como conferenciante a diversos países-, tuvo ocasión de escribir hasta casi cuarenta libros.
En el mundo de habla hispana tuvimos la suerte de disponer, ya en la década de los 60 del pasado siglo, una de sus mejores obras La defensa apostólica del Evangelio, publicada por Ediciones Certeza en Argentina, de la que se hizo una segunda edición castellana en 1977. En esta misma fecha, y gracias a los mismos editores, pudimos disfrutar de El mensaje del Nuevo Testamento, que destaca a grandes rasgos los enfoques principales de cada uno de los veintisiete libros que constituyen el Nuevo Testamento. De este libro, la versión inglesa señalaba que es más un "telescopio" que un "microscopio", en donde Bruce exhibe su habilidad para la enseñanza ofreciendo un cuadro de conjunto de la Revelación neotestamentaria en vez de fragmentos, como podía esperarse de un especialista erudito. En realidad, el profesor Bruce escribió de diferentes maneras según el público al cual iba dirigido cada trabajo. En cualquier caso, siempre se pone de relieve su condición de pedagogo, tanto cuando escribe para el pueblo llano y los creyentes sencillos como cuando lo hace para los maestros, pastores e investigadores bíblicos.
Uno de los mejores estudios de Bruce lo constituye el titulado ¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?, al que considero como una de las obras fundamentales que más me han ayudado en el fortalecimiento de mi fe a nivel intelectual. Este libro, no muy grande de tamaño pero enorme de contenido, debería de estar en cada hogar cristiano, especialmente en los despachos pastorales y en la biblioteca de cada cristiano con responsabilidad. Constituye una de las mejores herramientas apologéticas a nuestra disposición.
Si no estoy mal informado, el último libro publicado en español del profesor Bruce es el que dedicó al tema de la canonicidad: El canon bíblico. Lamento no haberlo podido leer aún. Y el penúltimo, aparecido en 2002, es el que ocupa esta reseña: Hombres y movimientos en la Iglesia primitiva, que recoge una serie de conferencias dadas en sendas instituciones universitarias de la Gran Bretaña sobre "la historia del cristianismo no paulino en el primer siglo".
Pero más que los propios textos no paulinos, lo que interesa a Bruce en estos estudios son las figuras, los líderes, del cristianismo no paulino, y todo lo que significaron en aquel tiempo. Escribe: "Queda claro por los propios escritos de Pablo, que en la época en que desarrolló su ministerio apostólico estaban en boga también otras presentaciones del mensaje cristiano diferentes a la suya. El propio Pablo estaba de acuerdo con algunas de estas presentaciones; sin embargo, le pareció necesario advertir a sus lectores contra otras. Los escritos de Pablo son los documentos cristianos más antiguos datables que están a nuestra disposición. De esta manera nos provee de las fuentes más antiguas tanto del cristianismo paulino como del no paulino" (p. 8).
Después de un Prefacio y una Introducción, se nos ofrecen cuatro capítulos: 1) Pedro y los once; 2) Esteban y otros helenistas; 3) Santiago y la Iglesia de Jerusalén; 4) Juan y su círculo. Cierra el volumen un Índice de autores y de temas.
En estos estudios, Bruce analiza más como crítico que otra cosa; resulta más "microscópico" -si se permite este lenguaje apuntado ya arriba-, lo que resultará un poco difícil o le restará amenidad a los lectores sin preparación teológica. Aquí Bruce escribe mayormente para críticos en un estilo crítico. Por ejemplo, la discusión sobre los dos Juanes al término del libro (pp. 121 y ss.) que, por cierto, deja como una cuestión abierta. Sorprendentemente.
Confiesa el profesor de Manchester que la oscuridad de ciertos datos históricos debería inclinarnos a la humildad: "Apolos resplandece en el cielo del Nuevo Testamento por una breve descripción, y entonces desaparece en una oscuridad tan profunda como aquella de donde emergió. Pero cuando hablamos de oscuridad, nos referimos a nuestra propia ignorancia, no a los hechos históricos. Apolos probablemente tuvo un papel público en la vida cristiana primitiva por más tiempo del que podemos saber, pero no ha quedado ningún registro. Nuestras fuentes para la historia de la era apostólica son escasas y selectivas. Gracias a las epístolas de Pablo y a la obra histórica de Lucas podemos trazar ciertas fases del progreso del cristianismo por un período de tres décadas a lo largo del camino que conduce desde Jerusalén -vía Antioquía- a Roma, pero cuando llegamos a Roma con Pablo, el Evangelio ha llegado allí antes que nosotros. Solo podemos suponer cómo llegó hasta allí. Pero cuando preguntamos cómo llegó a Alejandría, la situación es aún más oscura" (p. 73). El Libro de Hechos debería titularse, según Bruce, Algunos hechos de algunos apóstoles.
Es interesante lo que dice sobre Hechos 1:12 y ss.: "Pedro tomó la iniciativa en el asunto de elegir sustituto (no "sucesor") para Judas" (pp. 12 y 18). Las Sociedades Bíblicas harían bien en tomar buena nota de esta observación fundamental y abandonar para siempre la errónea costumbre de calificar esta elección como si se tratara del nombramiento, no del sustituto sino del sucesor de Judas en sintonía con el dogma papista de la "sucesión apostólica" y en contradicción con la doctrina bíblica y protestante (véase mi El fundamento apostólico).
Señala con acierto que por parte de Pablo "recibir información de Pedro era muy distinto a recibir autoridad de él" (p. 15 y ss.).
Para Bruce la "Babilonia de 1 Pedro 5:13 es Roma con toda probabilidad" (p. 37). Y destaca el hecho de que esta carta "está dirigida a los gentiles conversos en varias provincias de Asia Menor, incluyendo dos que fueron evangelizados por Pablo". La terminología propia del antiguo Israel se utiliza y se aplica a estos nuevos "exiliados de la dispersión", pero su trasfondo pagano está fuera de toda duda? (p. 26) ¿La explicación? "La sustitución de Israel por la Iglesia es un tópico en los escritores cristianos primitivos" (p. 55). La Iglesia es el nuevo Israel de Dios.
Ante el problema de la autoría de Hebreos, se inclina por Apolos, como lo hiciera Lutero en el siglo XVI seguido por muchos comentaristas hasta el día de hoy: "Apolos es el candidato más probable a la autoría vacante que la mayoría de los que han sido sugeridos. Pero no significa decir con toda certeza que el autor fuera de hecho Apolos" (p. 72).
Observa atinadamente que "no hay indicio de diferencia alguna entre el contenido del Evangelio que los líderes de Jerusalén habían de predicar a los judíos y el de Pablo y Bernabé a los gentiles. Seguramente había enfoques y tratamientos distintos, pero los líderes de Jerusalén parecen no haber planteado ninguna objeción al Evangelio que Pablo predicaba a los gentiles (1 Co. 15:11; Gá. 2:2)" (p. 24 ).
De quien sabemos más es de Pablo, ¿pero qué fue de los restantes Apóstoles? Qué características tomó la fe cristiana en unos lugares y otros? Estas y otras cuestiones son examinadas para que los lectores de Bruce sepan llegar a sus propias conclusiones, bajo la autoridad de la Revelación divina. Vale la pena leer y estudiar este libro.
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